Durante estos días estivales nuestra localidad se encontraba sumergida de lleno en la celebración de uno de sus acontecimientos culturales más importantes del año, el festival flamenco Caracolá Lebrijana.
Una celebración que los lebrijanos y lebrijanas la viven con entusiasmo, con orgullo de poder mostrar nuestro sentir gitano del cante, baile y guitarra. Incluso, la gente que no participa la vive y la siente. La Caracolá, marca esos días, conversaciones en casas, calles y bares.
Este año extraño, el Ayuntamiento decide no celebrarla debido a la crisis sanitaria de la Covid19.
En una reunión, a mediado de mayo, a la oposición se nos comunica la decisión de suspenderla por parte del Delegado de Cultura. Ganemos Lebrija, mostramos nuestra cautela ante el devenir de la pandemia, pero alentábamos a la Delegación de Cultura, a replantearse el festival desde otras perspectivas, otras formas. Se plantearon posibilidades abiertas, que iban desde una o dos actuaciones en pequeño formato vía streaming y aprovechando también la televisión local para llegar a más gente. Visto que la reunión se celebró a mitad de mayo, también animábamos a dejar abierta la posibilidad, si la situación sanitaria mejoraba, de realizar pequeñas actuaciones en directo, en lugares estratégicos y con la debida reducción de aforo que ahora vemos posible.
Es cierto, “que no sería la Caracolá”, como decía el Delegado de Cultura, pero sería un buen momento para reivindicar la gran cantidad de artistas locales que dan sentido a este arte tan nuestro. No sería Caracolá, pero su espíritu estaría en cada una de las voces, cuerdas y cuerpos que dan sentido al flamenco.
La propuesta era realizar actuaciones en pequeño formato, a modo de homenaje caracolero, contando solo con la gran variedad de artistas locales, tanto emergentes como ya consolidados. Aprovechando, además, el formato de multiplicidad de lugares en los que se desarrollan los últimos festivales.
Así, lebrijanos y lebrijanas, podríamos hablar de la Caracolá como algo vivo, materializado. Pero, la Delegación de Cultura desoyó nuestras propuestas. Se las arreglan solos.
Y si hay algo que se ha puesto en valor durante este tiempo de confinamiento, es la enorme importancia que tiene la Cultura para sobrellevar las dificultades que se nos presentan día a día. En este momento de alarma casi permanente en el que vivimos, la Cultura, y sobre todo, la Música, ha sido uno de los pilares fuerte para levantar ánimos.
No hubiera sido difícil, porque si algo tiene una música como el Flamenco, es su capacidad de adaptación a cualquier espacio, a cualquier lugar. Siendo capaz de hacerse grande desde un espacio reducido como una peña flamenca, hasta un gran espacio abierto como la Plaza del Hospitalillo.
Y aprovechamos desde aquí, para alentar a que el año próximo, la Caracolá sea más importante. Es necesario devolver su grandeza a este festival, tan arraigado en nuestro sentir flamenco. La gran noche del festival debe volver en todo su esplendor a ese lugar mágico, con la luna y la Giraldilla de testigos, a esa plaza que acoge todo el arte entre sus blancas paredes para reivindicar una cultura que nunca se sintió tan libre como en los espacios abiertos. No se puede encerrar un arte tan grande entre cuatro paredes cerradas herméticamente a cal y canto.
El mejor homenaje que se le puede hacer a la próxima Caracolá es que respire libre en la Plaza del Hospitalillo.